viernes, 3 de octubre de 2025

Magnolia

Te conozco.

Sé por ejemplo, que entiendes el concepto del amor a través de una canción de Ivan Ferreiro.

También que haces más deporte del que deberías, para dormir bien.

Y aún así, no lo haces.

Me has contado episodios de tu infancia y de tu juventud.

tu abuelo.

Y de tu vida al otro lado del océano.

Sé el gesto que te cruza la cara cuando algo te preocupa.

que eres ante todo, leal

y que mientes poco.

Por lo menos en lo importante.

Te conozco

Pero quiero conocerte más

porque todavía no me canso

de descubrirte.


A estas alturas, debería saber que el amor no es lo mío. Que a mí no me ha tocado en la lotería de la vida. Pero ¿Cómo renunciar a saberse amado? ¿Cómo renunciar a querer?

En la película de Paul Thomas Anderson, Magnolia, Donnie Smith, aquel niño genio que ha quedado en su etapa adulta para vender televisores en una tienda de electrónica de un suburbio de una ciudad cualquiera en Estados Unidos, dice que tiene mucho amor que dar. Que tiene tanto, que no sabe donde ponerlo. Esa vez (la segunda en la película), lo dice con la boca destrozada, llena de sangre. Lo masculla, más que decirlo. Se rompe los dientes por los que se endeudó buscando conseguir el amor que tanto ansiaba.

Pero da igual que Donnie se ponga una dentadura nueva. Cuando el objeto de su deseo, le ve borracho y patético, Donnie ya no sabe que hacer con todo ese amor. Se ve a si mismo como lo que es: un niño roto que nunca será querido. 

Por qué aún así, a pesar de todo, Donnie lo sigue intentando. Como el guerrero que vencido, sigue levantando la espada, porque es eso o la muerte. Es que es el amor o la muerte. No hay más. Es esa pulsión de seguir buscando aún sabiendo que es imposible, lo que nos hace humanos. 

Es esa pulsión por volver a un destello de momento, en el que siendo abrazados por el objeto de nuestro deseo, soñamos con quedarnos a vivir allí. 

Y yo me pregunto si la ilusión del amor, es mejor que no tener amor. ¿Es mejor sentirse amado a medias que no sentirse amado?



sábado, 13 de septiembre de 2025

Septiembre.. diciembre.

Ando haciendo arqueología de mi juventud.

En mis diarios, escritos todos en papel antes de 2007 y a partir de ahí, aquí. En esta bitácora que es este lugar que flota en el tiempo y en el espacio y que nadie lee. A veces pienso que esta es mi propia manera de lanzar un mensaje al mar en una botella. 



Algo que me ha sorprendido de mis diarios ha sido leer sobre escribir. Y aquí la memoria juega un papel decisivo y es el de haberme hecho olvidar que yo siempre quise hacerlo.

Tenía la idea formada de que en mi juventud siempre quise ser pintora y cuando voy sobre lo escrito, lo que me encuentro es algo totalmente diferente: Dibujo. Dibujo mucho, pero dibujo para ilustrar mis palabras, creando florituras que favorecen el mensaje escrito. 




Estoy empapándome del Madrid de 2004 y 2025 mientras vuelvo a a rutina. El Madrid de los atentados de Atocha, el futuro brillante de un país en crecimiento, el incendio del Windsor, los intelectuales siendo todavía misteriosos, sin redes sociales. 

Ese es el Madrid del que yo quiero hablar. De aquel que recorría con aquellas babuchas que no me quité en meses. El del Paseo del Prado y su pequeño estanque rectangular, con aquel árbol deformado que ya no está y donde dije una vez que me casaría. 




Después de Italia comienzo el curso. Para mi el año siempre comienza en septiembre. 

Y sueño con viajar a Socotra y con alargar algo este otoño cálido. 

Y seguir impasible en mis labores mundanas y continuar construyendo este mundo; Los santos de la belleza; que estoy segura que me va a traer momentos únicos. 

Porque cuando más disfruto no es cuando soy reconocida, sino cuando me meto en la vorágine de las teclas y una detrás de otra van formando la historia que quiero contar. 


Ahora en septiembre, empieza la rutina y los paseos y las tardes de chaqueta y las hojas que caen. Como el ánimo, que se vuelve más contenido y se echa a dormir hasta que la primavera le despierte. 

Pero yo tengo un secreto. Me he convertido en una chica de veintiún años en un Madrid que todavía no entiende y del que quiere escapar. Estoy viviendo otras vidas y me alegra, tener tantas. 

Así que septiembre, dará paso a diciembre sin que hayamos pestañeado y yo seguiré viviendo allí, en 2004, consiguiendo arrebatarle tiempo al tiempo.




jueves, 28 de agosto de 2025

El purgatorio de Asís.


Llevo ya un par de días

Despidiéndome de Asís. 

Es un luto previo,

a mis días de soledad,

a los paseos de música,

y a los descubrimientos fortuitos.

Me despedí ayer de las bóvedas,

salpicadas de estrellas doradas,

de la Basílica del santo.

De sus frescos llenos de vírgenes y dorados,

De sus marcas de lápiz,

que me sorprenden, 

desde el futuro.

Dicen que la basílica inferior,

representa el purgatorio,

Yo me quedaría a vivir allí,

bajo sus bóvedas azules intensas,

y sus estrellas,

y su silencio.



Para mi han sido días de recogimiento, d
e solitud y creación. Me estoy preparando para la batalla que lidiaré con mi vida a la vuelta.

El desencanto con la cultura, la alienación elegida y al mismo tiempo rechazada. Quizás por eso ya me despido. Porque después de tantos años, ya sé como lidiar con lo que se va.

Se fue tanto de mi vida y al mismo tiempo, tanto nuevo llegó. Las tardes seguirán cayendo y la luz seguirá bañándome, sea en Asís o en Madrid, porque al final lo importante, es el mundo que yo poseo. 

Y en el recuerdo quedarán, como cuando paseaba las calles del Valais de Suiza, o los caminos de tierra del Serengeti, impresas las sensaciones. Solo las sensaciones, porque las imágenes las borra el tiempo y la memoria y solo quedan olores, sonidos, que cada vez que ocurren, abren un hueco en el espacio tiempo y me vuelven a llevar allí. 






domingo, 24 de agosto de 2025

Napoli vedi e muori

 

"Certo che è enorme la vita. ti ci perdi dappertutto"

"Claro. La vida es enorme. Te pierdes en todas partes"

Louis-Ferdinand Céline




Dijo Goethe: Vedi Napoli, poi muori (Ver Nápoles y morir) 

La sirena Parthenope no pudo hechizar a Ulises con su canto. Se arrojó al mar a morir y la marea arrastró su cuerpo sin vida hasta la orilla. Allí donde se fundó la ciudad más antigua de Italia: Partenope o lo que es lo mismo, Nápoles. 

Nápoles es Partenope y Partenope es Nápoles.

Nápoles es como el cine de Sorrentino. Excesivamente bella, nostálgica, triste, desilusionada y la vez, llena de vida, de contradicciones, de paganismo y cultos mezclados. Peligrosa y difícil. 

De bella, inalcanzable. Inabarcable.


La ciudad cristiana y católica se construye a través de las ruinas griegas y romanas muy cerca de las faldas del Monte Vesubio y el volcán que sumió en la eternidad a las ciudades de Pompeya y Herculano. 

La herencia borbónica la hace enorme y ancha a través de su Palacio Real y su ópera y crea barrios como el Quartieri Spagnoli, un laberinto de callejones estrechos lleno de balcones con ropa tendida. Un muro que hace honor al gran santo de la ciudad, Maradona. 

El olor a pasta, limones frescos y hornos llenos de pizzas, se mezclan con los belenes napolitanos de la parte antigua de la ciudad, en los que de repente doblas una esquina y te encuentras con el Duomo y sus paredes recubiertas de una intervención de JR o con las siete obras de la misericordia de Caravaggio en Pio Monte della Misericordia. Por supuesto Michelangelo tuvo que huir una vez más. Como ya hizo en Roma, después de una trifulca en la que mató en duelo a Ranuccio Tomassoni.


*Ciro Pipoli.

Y esa luz que se refleja en el mar que no es de plata sino de oro con piedras de colores incrustadas, como el tesoro de San Genaro con el que Parthenope se viste para el Cardenal Tesorone.

Nápoles es Valentina vistiendo una camisa de su padre, bajando las escaleras que dan a una roca de toba volcánica napolitana de color ocre, porosa como la ciudad y mil veces excavada. 

Es la brisa de la noche en el puerto viejo, en el que se acumulan millones de pasos dados por viajeros antes que yo. Los descubridores de Pompeya, arqueólogos humanistas del siglo que aún pertenecía al hombre, antes de las grandes guerras que terminaron de matar a dios.

Yo ahora solo tengo una religión y es la cultura y la sapiencia de que lo efímero y por lo tanto, la belleza que reside en ella, es parte de su definición.

Muchos otros han andado sus calles y muchos otros vendrán después de mi. 

Tengo la impresión, de que yo ya sé lo que es la antropología. O por lo menos, mi visión de la misma. Yo he visto Nápoles y por lo tanto, ya puedo morir.




jueves, 21 de agosto de 2025

sub specie aeternitatis


21 de agosto de 2025

Francisco de Asís. Perugia. Italia



La única manera que conozco de vivir, es la de buscar la belleza en lo que me rodea. Como si pudiera salvarlo todo.

Quizá por eso vine a Italia, a buscar belleza, a empaparme de ella. En el momento en el que más la he necesitado. 

Y experimento el placer de entrar en la Basílica y sorprenderme un día más con sus frescos. No son los de Giotto los que más me impresionan. Son los azules salpicados de estrellas de doradas de las bóvedas. Las pequeñas pinturas en los muros que me muestran la cantidad de santos que vivieron mucho antes que yo. Es quizá la sensación de sentir que pertenezco a una historia más grande que la mía lo que me emociona.

Rozo la pared y me regodeo en el tacto. Sonrío a los monjes franciscanos que vienen de todas partes del mundo a vivir aquí, a Asís. 



Y aprovecho para pisarlo todo con mis zapatos dorados, como una suerte de Dorothy que ya no está en Kansas. Hago fotos mentales que olvidaré. Confío que la sensación no se me olvide.

De la caótica, decadente y vibrante Nápoles, donde he seguido los pasos de Sorrentino, llego a este lugar suspendido en el tiempo y me doy cuenta, de lo solas que están las personas. 

Pienso en mi suerte. Yo me siento en solitud. Me encuentro con gente que está loca por hablar, que atropellan las palabras porque hace mucho que nadie los escucha. Tantas vivencias, tantas emociones y tantos recuerdos se agolpan en sus bocas. Y yo les escucho y sonrío. Es lo único que puedo hacer: escuchar. Sonreír.

Con diecisiete o dieciocho años me sentaba horas con personas mayores. Los escuchaba porque sabía que querían ser escuchados y al mismo tiempo, para mi, era como asistir a historia viva. Esas personas habían vivido la guerra civil. Esas personas habían conocido una España bajo la dictadura de Franco en la que yo no nací. A mi la democracia me vino dada. Regalada de manera fortuita.

Pienso en cuanta gente tiene historias que contar o pensamientos que compartir y me gustaría poder escucharlos a todos.

Pienso que todas esas personas mayores, a las que yo ahora veo candorosas y que despiertan mi empatía y compasión, fueron hombres y mujeres jóvenes. Algunos buenos, otros no. Me interesa como cuenta cada uno su propio relato transformado por la memoria.


Pienso entonces en Franco. Le conocí esta tarde. Lleva seis meses viviendo en Asís. Voló desde Australia, su país de nacimiento para vivir su jubilación fuera de un país que no entiende. 

Franco fue profesor de inglés toda su vida. Durante siete años enseñó inglés a los aborígenes australianos. "Nosotros somos los invitados en sus tierras y sin embargo, hasta finales de los setenta, los australianos se referían a ellos como "monos". Me cuenta que fue él el único que estuvo al lado de su madre Pierina en su lecho de muerte. "Mis hermanos querían dinero. Yo no". Me contó que en uno de sus viajes a Australia llevó a su vecina Jessica: rosarios, estampitas, medallas de San Francisco de Asís, pero que cuando él enfermó una semana y estuvo encerrado en su apartamento al borde de la muerte, ella no pasó ni siquiera a preguntar como estaba. Me contó que tenía dieciocho pinturas aborígenes que podrían haberle hecho rico. Pero Franco no quería ser rico. Así que las donó a para que volvieran a sus dueños para que éstos pudieran conocer su historia.

Entonces fui yo la que se preguntó como Franco, siendo tan bueno podía estar tan solo. Franco sólo quiere ser visto. Si fue mejor o peor en su vida, ya a nadie le importa. Quizás por eso Franco es tan católico. No hay nadie que te vea mejor que Dios, cuando crees en él. 

Me preguntó si yo creía. Le dije que la cultura es mi religión. La cultura y la belleza. 

La ética y la estética. 


Para mí, no hay nada más, como si pudiera salvarlo todo.





lunes, 18 de agosto de 2025

Tienes los ojos cerrados.

"Tienes los ojos cerrados", me dice la actriz, pero la pasión por la libertad sigue encendida, porque la vida que se pierde en todos sitios es enorme.




Parthenope es Nápoles y Nápoles es Parthenope. Lo dice ella:

"¿En qué estás pensando?

Abandonados en un verano perfecto, fuimos guapísimos e infelices. Quizás fue maravilloso ser jóvenes. No duró mucho

Estuve triste y fui frívola. Decidida y apática. Como Nápoles, donde hay sitio para todo.

Viva y sola ¿En qué estaba pensando? En el amor, para tratar de sobrevivir...El amor para tratar de sobrevivir, fue un error. 

O quizás no"



Parthe es una mujer misteriosa. Qué ve. Qué quizás no supo hacer las preguntas adecuadas. Es infinitamente bella y enigmática, como la ciudad que le dio nombre.

Nació en el mar, como la sirena que, desesperada por no haber podido enamorar a Ulises con su canto, se dejó morir en el mar. Su cuerpo, fue arrastrado hasta el lugar exacto donde se fundó la ciudad más antigua de Italia. Porque "Al final de la vida, sólo quedará la ironía" dice el Cardenal Tesorone.

Parthe rechaza a hombres guapos y se deja seducir por hombres feos, pero a todos los seduce. Elige con quien quiere estar y huye de la maternidad que tanto la persigue. 


La conversación que tiene con Marotta, es el resumen de las imágenes que se ven hasta llegar al momento de clarividencia:

 Profesor, ¿Qué es la antropología?

 La antropología es ver.

 ¿Y eso es todo? ¿Así de simple? Creo que lo llevo haciendo toda la vida.

 Es muy difícil ver, porque es lo último que se aprende.

— ¿Cuándo se aprende a ver?

— Cuando te empieza a faltar todo lo demás.

— ¿Qué es todo lo demás?

— El amor, la juventud, el deseo, la emoción, el placer y la remota posibilidad de reír una vez más porque un hombre se tropieza y cae en una calle del centro


Parthe ve y se deja ver, pero nunca poseer. Ella se posee a si misma. está invadida por la nostalgia, está rota de dolor y al mismo tiempo, siente la pulsión de vivirlo todo. Ser muchas Parthenopes.

La juventud, los sueños, los veranos, quedan atrás y lejos, cuando vuelve a Nápoles al jubilarse como Catedrática en Trento. Ahora Parthe ve. Lo ve todo y lo recuerda todo.

lunes, 11 de agosto de 2025

Los cepillos y los fósforos.

Cada vez que te ibas

miraba si los cepillos que trajiste la primera noche, seguían en su sitio,

en mi casa.

No porque pensara que te los ibas a llevar,

sino porque quería cerciorarme de tu vuelta. 


Pero no eran los cepillos

lo importante. 

Eran los silencios

era ese no decir

en el que tendría que haberme fijado



Cada vez que te ibas,

no sabía cuando volvería a verte

fue tal mi empeño

de quererte como a los gatos,

el que me hizo darme cuenta

que me querías a destiempos


Como los gatos,

agudice mis instintos

y quise saber que hacías 

cada vez que te ibas

Y como Platón, me aventuré

lejos de la caverna


Encontré lo que no quería encontrar.

que me amabas a destiempos

como a las sobras

Te deje la puerta abierta

y no volviste a la mía, sino a otras


Cuando te fuiste del todo

miraba si los cepillos que trajiste la primera noche, seguían en su sitio,

en mi casa.

No porque pensara que volverías a por ellos

sino porque quería cerciorarme de que esto, fue real.




Tenemos muchísimos fósforos en casa.
Siempre  los  tenemos  a  mano.
En  este  momento  nuestra marca  favorita  es  Ohio  Blue  Tip,
aunque  antes  preferíamos  las  Diamond.
Eso  fue  antes  de  descubrir  los  Ohio  Blue  Tip.
Tienen  paquetes  perfectos,
cajas  duras  en  azul  claro  y  oscuro  y  etiquetas  blancas
con  palabras  grabadas  con  forma  de  megáfono,
como  para  decirle  más  alto  al  mundo
"Acá  está  el  fósforo  más  hermoso  del  mundo,
sus  cuatro  centímetros  de  pino  suave  coronados
por  una  cabeza  rojo  oscuro,  tan  sobria  y  furiosa
y  decidida  siempre  a  estallar,
y  encender,  quizás,  el  cigarrillo  de  la  mujer  que  amás,
por  primera  vez,  y  ya  nada  nunca
vuelve  a  ser  igual.  Todo  eso  te  vamos  a  dar".
Eso  es  lo  que  me  diste,  yo
soy  el  cigarrillo  y  vos  el  fósforo  o  yo
el  fósforo  y  vos  el  cigarrillo,  quemándonos
con  besos  que  arden  hacia  el  cielo.

Ron Padgett  (Tulsa, Estados Unidos, 1942)